La presencia de manchas solares en nuestra principal fuente de luz y calor, el Sol, es conocida desde la antigüedad, y ha sido analizada sistemáticamente desde la invención del telescopio. Sin embargo, su naturaleza cíclica, con períodos que se alternan, unos de elevada actividad (muchas manchas solares) y otros de baja actividad (pocas manchas solares), no se identificó hasta el siglo XVIII. Desde entonces, los científicos han conocido que el Sol oscila regularmente entre esos estados de alta y baja actividad solar en ciclos que duran 11 años, pero han sido incapaces de explicar totalmente cómo se genera este ciclo.
A comienzos del siglo XX se reconoció que las manchas solares eran un resultado del campo magnético del Sol. Desde entonces, se han dedicado muchos esfuerzos a dilucidar qué procesos específicos llevan a la formación de las manchas solares y regulan su comportamiento cíclico.
En las últimas décadas, con la dependencia cada vez mayor de la sociedad de muchos países hacia las tecnologías electrónicas, aeroespaciales y de la computación, ha crecido la necesidad de conocer a fondo la actividad magnética del Sol, ya que los cambios en su campo magnético son responsables de fenómenos capaces de provocar interferencias en sistemas basados en las citadas tecnologías. Entre esos fenómenos destacan las erupciones solares y las eyecciones de masa coronal. Cuando estos fenómenos se desencadenan, sus consecuencias también se pueden dejar sentir en la Tierra, sobre todo a gran altitud. Los efectos potenciales incluyen daños en satélites artificiales, poner en peligro a los astronautas en la Estación Espacial Internacional, e, incluso, aquí abajo, provocar interferencias y problemas como cortes del suministro eléctrico en las redes de distribución.
Una nueva investigación, realizada por científicos de las universidades de Leeds, en el Reino Unido, y de Chicago, en Estados Unidos, ha refinado el modelo comúnmente aceptado del ciclo solar, atando los cabos sueltos relativos a cómo este ciclo solar de once años, que muestra una considerable coherencia geográfica por toda la superficie solar, puede desplegar esta notable organización a gran escala.
Lo que es más, las contribuciones hechas por el equipo de Steve Tobias, de la Escuela de Matemáticas de la Universidad de Leeds, y Fausto Cattaneo, del Departamento de Astronomía y Astrofísica de la Universidad de Chicago, podrían usarse para describir otros enormes cuerpos celestes, con gigantescos campos magnéticos, que giran sobre sí mismos, tales como las galaxias.
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