Un equipo de investigación de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) ha llegado a la conclusión de que las bacterias ingeridas en la comida pueden influir en algunos aspectos de la función cerebral en los seres humanos. En un estudio preliminar hecho sobre mujeres sanas, los científicos han determinado que las mujeres que consumieron de modo habitual bacterias beneficiosas conocidas como probióticos mostraban un patrón de función cerebral distinto en comparación con las demás sujetos de estudio, tanto en un estado relajado como en su reacción ante una tarea de reconocimiento de emociones.
Los resultados del estudio se han publicado en la revista académica Gastroenterology.
El descubrimiento de que cambiar la flora microbiana intestinal en el Ser Humano puede afectar al cerebro en algunos aspectos podría aportar líneas interesantes de investigación en el campo médico, acaso llevando al desarrollo de tratamientos alimentarios o farmacológicos para mejorar la función cerebral, según valoran la Dra. Kirsten Tillisch, profesora adjunta de medicina en la Escuela Médica David Geffen de la UCLA y sus colegas del equipo que ha realizado esta investigación.
Se sabe que el cerebro envía señales al intestino, lo cual es una de las causas de que el estrés y otras emociones puedan contribuir a la aparición de molestias gastrointestinales. Este nuevo estudio parece demostrar algo que se ha sospechado desde tiempo atrás pero que hasta ahora sólo se había demostrado en investigaciones sobre animales: Que las señales también discurren en la dirección inversa.
"Una y otra vez, escuchamos decir a pacientes que nunca se sintieron deprimidos o ansiosos hasta que empezaron a experimentar problemas con sus intestinos", explica Tillisch. "Nuestro estudio muestra que la conexión intestino-cerebro es una vía de doble sentido".
En esta pequeña investigación participaron como sujetos de estudio 36 mujeres con edades de entre 18 y 55 años.
El equipo de la Dra. Tillisch y el Dr. Emeran Mayer, profesor de medicina, fisiología y psiquiatría en la misma escuela médica de la UCLA, dividió a las mujeres en tres grupos: un grupo ingirió un yogur específico que contenía una mezcla de varios probióticos (bacterias que se considera que tienen un efecto positivo sobre los intestinos) dos veces al día durante cuatro semanas; otro grupo consumió un producto lácteo con el mismo aspecto y sabor que ese yogur pero sin contener probióticos; y un tercer grupo no consumió ningún producto de prueba.
Se realizaron escaneos mediante fMRI (resonancia magnética funcional por imágenes) antes y después del período de estudio de cuatro semanas. Estos escaneos examinaron los cerebros de las mujeres en estado de reposo y en respuesta a una tarea de reconocimiento de emociones en la que veían una serie de imágenes de personas con rostros de enojo o miedo y los hacían corresponder con otros rostros que mostraban las mismas emociones. Se escogió esta tarea, diseñada para medir el grado de participación que en respuesta a un estímulo visual mostraban regiones cerebrales asociadas con la afectividad y la cognición, porque investigaciones anteriores en animales habían asociado cambios en la flora intestinal con cambios en las conductas afectivas.
Los investigadores encontraron que, en comparación con las mujeres que no consumieron el yogur con probióticos, las que sí lo hicieron mostraron una disminución en la actividad tanto de la ínsula (una región del cerebro ligada a la emoción y los sentimientos y que procesa e integra sensaciones internas del cuerpo, incluyendo las generadas por los intestinos) como de la corteza somatosensorial primaria, durante la tarea descrita que suscitaba reacciones emocionales.
Además, en respuesta a la tarea, se constató en estas mujeres una disminución en el grado de participación de una amplia red cerebral que incluye áreas vinculadas a la cognición, y a sensaciones y emociones. Las mujeres de los otros dos grupos mostraron una actividad estable o con incrementos en esta red.
Los escaneos cerebrales realizados en reposo revelaron que las mujeres que consumieron probióticos mostraron una mayor conectividad entre una región clave del tallo cerebral conocida como sustancia gris periacueductal, y áreas asociadas a la cognición en la corteza prefrontal.
Por su parte, las mujeres que no consumieron ningún producto de prueba mostraron una mayor conectividad de la sustancia gris periacueductal con las regiones vinculadas a las sensaciones y emociones, mientras que el grupo que consumió el producto lácteo sin probióticos mostró resultados intermedios.
Tal como Mayer explica, hay estudios que muestran que lo que comemos puede alterar la composición y los productos de la flora intestinal, en particular que las personas que tienen dietas con alto contenido de fibra y ricas en vegetales tienen una composición de su microbiota intestinal diferente a la de las personas que consumen la típica dieta occidental rica en grasas y carbohidratos. "Ahora sabemos que esto afecta no sólo al metabolismo, sino también a la función cerebral", subraya Mayer.
Conviene mencionar que esta investigación ha sido financiada por Danone Research, y que Mayer ha trabajado en el consejo asesor científico de la empresa. Tres de los autores del estudio (Denis Guyonnet, Sophie Legrain-Raspaud y Beatrice Trotin) son empleados de Danone Research y participaron en la planificación y la ejecución del estudio (suministrando los productos) aunque no tuvieron papel alguno en los análisis ni en la interpretación de los resultados.
Via
Además, en respuesta a la tarea, se constató en estas mujeres una disminución en el grado de participación de una amplia red cerebral que incluye áreas vinculadas a la cognición, y a sensaciones y emociones. Las mujeres de los otros dos grupos mostraron una actividad estable o con incrementos en esta red.
Los escaneos cerebrales realizados en reposo revelaron que las mujeres que consumieron probióticos mostraron una mayor conectividad entre una región clave del tallo cerebral conocida como sustancia gris periacueductal, y áreas asociadas a la cognición en la corteza prefrontal.
Por su parte, las mujeres que no consumieron ningún producto de prueba mostraron una mayor conectividad de la sustancia gris periacueductal con las regiones vinculadas a las sensaciones y emociones, mientras que el grupo que consumió el producto lácteo sin probióticos mostró resultados intermedios.
Tal como Mayer explica, hay estudios que muestran que lo que comemos puede alterar la composición y los productos de la flora intestinal, en particular que las personas que tienen dietas con alto contenido de fibra y ricas en vegetales tienen una composición de su microbiota intestinal diferente a la de las personas que consumen la típica dieta occidental rica en grasas y carbohidratos. "Ahora sabemos que esto afecta no sólo al metabolismo, sino también a la función cerebral", subraya Mayer.
Conviene mencionar que esta investigación ha sido financiada por Danone Research, y que Mayer ha trabajado en el consejo asesor científico de la empresa. Tres de los autores del estudio (Denis Guyonnet, Sophie Legrain-Raspaud y Beatrice Trotin) son empleados de Danone Research y participaron en la planificación y la ejecución del estudio (suministrando los productos) aunque no tuvieron papel alguno en los análisis ni en la interpretación de los resultados.
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